Hace 80 años, el 18 de julio de 1936, España sufría un golpe de Estado contra el gobierno elegido democráticamente en la II República. Entonces daba comienzo una guerra civil de tres años que dejó el País destruido. Esta guerra fue para las mujeres una ocasión para luchar contra restricciones laborales, jurídicas y educativas a las que eran sujetas, realidades todavía fuertes a pesar de algunas mejoras obtenidas durante el gobierno republicano de los ultimos años. Durante la guerra, de hecho, muchas mujeres tuvieron la posibilidad de ocupar importantes funciones sociales y políticas. Además, ellas dirigían instituciones y se hicieron cargo de la producción de armamento, recursos y alimentos con los que se mantenía el frente; en definitiva, cuidaron de la subsistencia de la población en el frente y en la retaguardia. DOLORES IBARRURI Uno de los ejemplos más evidentes de mujeres de fundamental importancía a lo largo de la guerra fue Dolores Ibárruri. Ibárruri, hija, hermana y esposa de mineros, nace en Gallaría en 1895, en un mundo de miseria en el que todavía se recuerdan los combates de las guerras carlistas. La realidad económica de la familia la obliga a abandonar su sueño de hacerse maestra para trabajar como sirvienta y, pronto, casarse col el minero Julián Ruiz, a través del cual ella conoce la literatura marxista. Frente a la dureza de las condiciones de vida, la noticia de la Revolución Rusa de octubre de 1918 representa para ella una luz de esperanza. En 1921, año de su fundación, Ib afilian al PCE. Durante los años 20, Dolores permanece políticamente activa, organiza manifestaciones, pronuncia discursos, ascribe artículos con el seudónimo Pasionaria (que utilizó probablemente por escribir su primer artículo en Semana Santa) y comienza a ser muy valorada en el PCE. El agente de la Iternacional Comunista en Bilbao, Mijail Koltsov escribe : “La mujer de á rrui y su marido se sencillo vestido negro constituía una enorme adquisición para el partido”. Cuando se traslada a Madrid para trabajar de periodista en Mundo Obrero, comienzan las detenciones, la acusan de ocultar a un camarada comunista huido de la Guardia Civil y de “insultar al Gobierno” en un mitin político. Tras recuperar la libertad, Pasionaria viaja a la Unión Soviética por primera vez para su presentación en la sociedad comunista internacional. Allí conoce a Stalin, al que deja impresionado con su oratoria. De vuelta en casa, Mediante la Unión de Mujeres Antifascistas, la Pasionaria se involucra directamente en las luchas obreras como la revuelta de los mineros de Asturias de 1934, defiende la revolución en ardientes mítines y se implica personalmente en huelgas y encierros. El 19 de julio de 1936, un día después del levantamiento, solicitando a cada hombre, mujer y niño de todas las regiones de España, acuña el lema “¡Los fascistas no pasarán!, ¡No pasarán!». Pasionaria convence soldados de que se pongan al lado de la República, cava trincheras para la defensa de Madrid y viaja a París donde se entrevista con el jefe de Gobierno frentepopulista Léon Blum para tratar de lograr ayuda internacional. Su incendiario discurso se reproduce en la prensa mundial: “Más vale morir de pie que vivir de rodillas”. Allí lanza una advertencia, “Tenéis que ayudar al pueblo español. ¡Cuidado! Hoy somos nosotros, pero mañana os llegará vuestro turno”. Con la guerra casi perdida, su discurso de despedida a las Brigadas Internacionales en el otoño del 38 condensa las emociones de los derrotados: “Sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y de la universalidad de la democracia. No os olvidaremos”.
LAS FACCIONES DE DERECHA, LA GRANDE OLVIDADAS Un sinfín de publicaciones recogen la memoria de las mujeres republicanas represaliadas en la Guerra Civil, pero raramente se recuerda que en la otra España también hubo mujeres cuya lucha fue tan sacrificada. Margaritas y falangistas, de hecho, son las grandes olvidadas porque es inconveniente recordarlas por su adscripción ideológica. Durante estos 40 años de democracia, tras los cuarenta años de maniqueísmo franquista, asistemos a cómo un importante sector de la historiografía, la intelectualidad y los políticos, amparados por paraguas institucionales, van tejiendo otros cuarenta años de maniqueísmo republicano; del criticado mundo maniqueo de buenos y malos del régimen del dictador hemos pasado, invertidos los términos, a un mismo mundo maniqueo de malos y buenos. Lo que es cierto es que hasta que se reconozca como la Historia de unos y de otros y no como la Historia de todos, no se permetirá de pasar página a este conflicto, que no acaba de cicatrizar y parece estar más candente que nunca. Muy alejadas del estereotipo de la mujer conservadora marginada a las labores de casa y cuidado de los hijos, las derechas fueron capaces de movilizar durante la guerra a un elevado número de mujeres que desarrollaron una intensa actividad social y política. LA FALANGE La actuación de las falangistas en este período constituye un fenómeno de características singulares. Cierto es que no estuvieron en primera línea de combate, pero, pese a las atractivas imágenes fusil al hombro, tampoco estuvieron las milicianas, a excepción de los primeros días (su presencia en el frente fue prohibida ya que las relaciones sexuales eran tan frecuentes que “mataban más las enfermedades venéreas que las balas”). En cambio, crearon orfanatos, organizaron sedes políticas, levantaron hospitales, presidieron sindicatos (SEU) y fueron responsables del Auxilio de Invierno, llamado después Auxilio Social, la organización con comedores infantiles sufragados mediante cuestaciones callejeras que aliviaron la situación de los hijos de los movilizados y de los huérfanos, centros de higiene, casas-cuna y guarderías, entre otras tareas. Las mujeres marcaron realmente la diferencía cuando, con la ilegalización de Falange, el Gobierno de la República llegó a encarcelar a miles de falangistas; la Sección Femenina, de hecho, hubo de hacerse cargo de toda la organización incluyendo las armas y propaganda. Las más audaces comenzaron a participar en labores de espionaje y ayuda en la organización de labores clandestinas y propaganda. Otra de las tareas era la recaudación de fondos: hacían colectas, organizaban rifas, vendían sellos de cotización u otros objetos como las pastillas de jabón con el lema “Por la revolución nacional-sindicalista. Por la Patria, el Pan y la Justicia. Arriba España”, nuevo distintivo de la Falange, que a menudo se convertía en un arma letal… Lo más peligroso sin duda fue la Quinta Columna que ellas llamaron Auxilio Azul, antítesis del Socorro Rojo de los comunistas. Falsificaban cartillas de racionamiento, buscaban víveres y ropa y proporcionaban domicilios particulares para la celebración de prohibidas ceremonias religiosas, facilitaban documentación falsa, y ofrecían asilo a sacerdotes y perseguidos hasta que podían trasladarlos a escondidas hasta las embajadas para ponerlos a salvo o cruzar la frontera. Las mujeres fueron asumiendo entonces labores cada vez más expuestas.
En ellas residía la esencia del ideal femenino del régimen: es necesario que las mujer transcienda el marco familiar para implicarse en la común tarea de contribuir a la salvación de la Patria, con el objetivo final de vivir una existencia tradicional y católica. Entonces desde el principio tuvieron claro que los principios del Estado nacional católico se basarían en la total desigualdad de los sexos y esa es la gran paradoja: estas mujeres combatieron duramente para que las cosas no cambiasen, a favor de una jerarquía social en la que iban a ser relegadas, y ganaron.
LA MUJER DURANTE LA POSTGUERRA
Tras la guerra, las mujeres de nuevo volvían a vivir bajo el control de la sociedad patriarcal, aunque hubiesen combatido con gran independencia. Su papel volvió a ser en el hogar, criando hijos y educándolos en la fe nacional. Se decía de hecho que la mujer se encontraba totalmente condicionada por su “duro e insoslayable yugo sexual”, es decir la menstruación, el embarazo, el parto, la lactancia, la menopausia, etc.
La Guerra Civil habia pero desarrollado la picaresca y el espíritu de supervivencia femenino. Muchas se quedaron también solteras y viudas, teniendo que subsistir sin un referente masculino y en difíciles condiciones económicas y sociales. En este contexto muchas mujeres estuvieron obligadas a romper los moldes sociales que definían sus roles y tomar una actitud activa, que en muchos casos desembocó en conflictividad y delincuencia femenina: delitos contra la propiedad, ya sean hurtos, robos o estafas, insultos y agresiones, círculos de aborte y prostitución.
Además, muchas eran víctimas de una violencia doméstica generalizada y prisoneras de un modelo social hecho por y para los hombres, hombres que en una sociedad tan rígida tenían que saciar sus pasiones endémicas.
Los valores morales fundamentales de la mujer eran su sexo y su honra (a la hora de insultar, el peor calificativo era “puta”); durante el Franquismo muchas no consiguieron salvaguardar estos valores y, denostadas o vendidas, perdíeron toda su humanidad.
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