Durante la Primera Guerra Mundial, en los países en los que el conflicto se vivió en primera persona, sus paisajes se convirtieron en mortales trincheras y sus pueblos en improvisados hospitales. El hermoso castillo de Chenonceau, uno de los más grandes y magníficos de la ruta del Loira, cambió el lujo y la belleza por el dolor y el sufrimiento de la mano de Simone Menier, de una de las nueras de su entonces propietario, el empresario y senador Gaston Menier.
Simone Menier había nacido en 1881 y estaba casada con el heredero de la familia Menier, Georges. El padre de George era miembro de una de las dinastías chocolateras más importantes de Francia, la Menier Chocolate Company. Un año antes de que estallara la guerra, Gaston Menier había adquirido el hermoso castillo de Chenonceau, una construcción cuya existencia data del siglo XI pero que recibió su mayor esplendor en el siglo XVI cuando fue adquirido por el rey Francisco I. Años después, su hijo, Enrique II, se lo regaló a su amante, Diana de Poitiers, aunque a la muerte del rey, su esposa, Catalina de Médici, lo recuperó y mandó construir la magnífica galería por la que desfiló la aristocracia de Francia y que, siglos después sería reconvertida en hospital de campaña. Tras una época de abandono, el castillo fue comprado por el financiero Claude Dupin en 1733. Su segunda esposa, Louise Dupin, hizo de él uno de los principales salones literarios y filosóficos de la Francia de la Ilustración. Los siglos siguientes fue pasando por varios propietarios hasta que, en los albores de la Gran Guerra, la familia Menier lo adquirió.
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